Solo han hecho falta doce años para volver a uno de los sitios en la tierra que más disfruto. Y solo cinco meses para publicar este post de una vez. Después de conocer Riviera Maya me prometí a mí misma que elegiría sitios para viajar en los que culturalmente los perros tuviesen un buen lugar, por ahorrarme sufrimiento innecesario y lloreras diarias. No recordaba si en Nueva York había muchos perros o no, pero os puedo asegurar que he vuelto completamente enamorada de bares, tiendas, parques… abiertos por y para ellos. Y qué decir de todas aquellas personas que se pararon a hablar conmigo y me permitieron hacerles fotos.

Si estáis pensando en ir y no sabéis por donde empezar, os voy a contar lo que tuvimos que hacer nosotras, que no tiene mucha complicación, pero hay que saberlo. Lo primero, antes de coger vuelos, es rellenar el ESTA, que es un documento con el que te confirman si puedes o no entrar en los Estados Unidos y para el que tendréis que tener el pasaporte no sólo en vigencia, si no con un plazo de caducidad mayor a seis meses. Además tendréis que especificar donde vais a dormir, aunque se puede modificar más adelante. Una vez pagados unos 14€ y recibida la confirmación podéis empezar a mirar los vuelos.

Nosotras cogimos los vuelos a través de Sky Scanner y pagamos unos 310€ ida y vuelta desde Bilbao con escala en París. El hotel lo cogimos a través de Booking porque tienen la maravillosa opción de poder elegir alojamientos por los que no pagar nada por adelantado. Dormimos seis noches en el Gowanus Inn and Yard – An Ascend Hotel Collection Member por las que pagamos 440€ cada una. Está en una zona brutal, anduvimos mucho para ir a todos lados desde allí porque todo lo de al rededor mola muchísimo y tiene una parada de metro que conecta directamente con Manhattan.

Entre alojamiento, vuelos, taxis, comida, bebida, entradas y algún que otro capricho gasté unos 1000€/1100€ a lo largo de una semana entera.

El día que aterrizamos, después de una cola de dos horas para salir del aeropuerto, cogimos un taxi por el que pagamos 50$ hasta la puerta del hotel. Como ya era de noche y estábamos rotas, nos tomamos algo en un bar llamado Mission Dolores MARAVILLOSO a dos minutos andando del hotel y nos fuimos a dormir para madrugar y patear Brooklyn.

La primera mañana no recuerdo si madrugamos o no… no voy a mentir, somos un par de marmotas. Lo que sí recuerdo es que anduvimos una cantidad de kilómetros indecente. Salimos del hotel en Gowanus y marchamos hacia Brooklyn Heights, una de las zonas más bonitas de Brooklyn donde se pueden hacer millones de fotos, empezando por Brooklyn Heights Promenade, el mirador de Downtown Manhattan, donde conocí a Forrest e hice la primera foto top del viaje.

Del mirador bajamos a Dumbo, pasando por un inmenso típico parque de perros de película donde no pude hacer otra cosa que entrar, sentarme en el suelo y dejar que los perros se acercasen a mí. Dumbo sin duda ninguna es mi rincón favorito de New York. Lo había visto en series, anuncios, películas… pero la realidad siempre supera la ficción. Las vistas de Manhattan, los puentes, los restaurantes… sobre todo el Shake Shack que no lo conocía y me pareció lo más de lo más. Mención especial a Adri por hacernos de guía y ayudarnos tanto.

De allí, cogimos el ferry a Greenpoint por 2,50€ cada una y pudimos disfrutar de un paseo por el río muy muy recomendable en la parte exterior del barco desde donde pudimos hacer muchas fotos. Recorrimos las zonas de Greenpoint y Williamsburg y fuimos a comer un buen acai en Acai Berry, pateamos hasta una de las tiendas de plantas más increíbles en las que he estado nunca, Rooted NY, vimos un partido de béisbol, echamos unas partidas a pinball en el Jackbar y dimos un paseo por el barrio judío.

Llegamos al barrio judío sin querer. Íbamos hablando y de repente vimos que éramos las únicas mujeres que llevábamos pantalones. Literalmente. Parecía que habíamos retrocedido en el tiempo. La estética, la tecnología incluso la cultura eran completamente diferentes y para cuando quisimos dejar se sentir que molestábamos, estábamos en el centro del barrio. Aclarar que era una sensación nuestra, sobre todo por cómo nos miraban los niños, porque de verdad que eramos las únicas personas que no vivían en el barrio. Pero en ningún momento hubo peligro ni situaciones tensas. Quizás si hubiésemos ido sabiendo donde nos metíamos lo hubiésemos vivido de otra manera.

Una vez que salimos del barrio y se hizo de noche, cogimos un taxi y volvimos al hotel. Cenamos una pizza buenísima en la pizzería LBK, que la teníamos a una manzana y a dormir.

El tercer día fuimos a Manhattan. La verdad es que por mucho que se diga y se hable, es la parte que menos me gusta de Nueva York. Mucho ruido, tráfico, obras… es muy estresante. Más si vives en un pueblo en el monte y te gusta la tranquilidad. Aún así, después de cruzar el charco, no podíamos dejar de ir aunque fuese un día.

Empezamos con un típico desayuno en Starbucks y cogimos el metro de Union Street a City Hall por la línea R (pagamos 3$ por cabeza). Lo primero que fuimos a ver fue el World Trade Center. Después un paseo rápido por Chinatown y Little Italy hasta la galería The Hole. Quienes seáis seguidores de perros famosos en Instagram, seguro conocéis a Bertie. Bien, pues en esta galería es donde trabaja la persona con la que comparte su vida y donde me planté para ver si tenía la suerte de poder verlo, tocarlo y hacerle alguna foto. He de decir que entendiendo que tienen que estar hasta el c**o de que la gente vaya solo por ver al perrete, no fueron muy agradables, pero bueno, objetivo cumplido.

Otro de los objetivos del viaje era conocer la fachada del edificio del apartamento de los chicos de «Friends». Es brutal ver sitios de series que sigues tanto, pero hay que reconocer que es un poco decepcionante. No deja de ser la fachada de un edificio de pisos. Si no fuese por la gente que había allí haciendo fotos, hubiésemos pasado de largo pensando que era una casa más. Después fuimos a Strand Book Store, visita obligatoria. El paraíso de los libros. De toooooodo tipo de libros.

Comimos burritos de un puesto en la calle tiradas en una plaza llena de gente y comimos un helado de Venchi. Ha sido la primera vez en mi vida que he visto una fuente de chocolate de unos tres metros de altura. Increíble. Lo que quedaba de tarde la pasamos paseando y flipando con edificios como el Flatiron, el Empire State, la biblioteca pública, Times Square, la Disney Store y Brodway.

Después de todo el paseito no sentíamos los pies así que cogimos el metro en Times Square hasta Union Street, cenamos pizza OTRA VEZ en LBK y a planchar la oreja.

Sabíamos que el cuarto día sería lluvioso así que decidimos dejar la visita al Museo de Historia Natural para entonces. La anterior vez que viajé a Nueva York fui porque soy muy fan de la película «Noche en el museo«, y esta segunda vez no podía dejar de visitarlo.

Aún así antes de pasar todo el día allí, fuimos a la cafetería más brutal del mundo: Grey Dog Coffee. Un desayuno de los guapos, de los de huevos fritos con patatas y sirope de arce. Y un café con una huella de perro. El paraíso en la tierra.

Cuando salimos del museo, pedimos un taxi y nos fuimos al hotel. Después de tres días andando sin parar teníamos los pies para amputar, pero eramos inmensamente felices.

El quinto día nos enteramos de que en la zona de Greenpoint se celebra todos los sábados una feria de la comida increíble a la orilla del río llamada Smorgasburg donde nos pusimos hasta las cejas antes de ir a visitar a Adri, Justin & Sumi. Volvimos a coger el ferry desde Dumbo hasta North Williamsburg y a cuatro pasos estaba el parque donde se celebra. Había muchísima gente, pero hay tantas opciones que las colas por muy largas que fuesen no tardaban en avanzar.

Con cuatro kilos más en el cuerpo, nos dimos un paseo por Williamsburg hasta la casa de Adri, Justin & Sumi para hacerles unas fotos pasando por una de las tiendas vintage más bonitas que he visto, Stella Dallas Living.

Cuando acabamos las fotos, que tenéis al completo en el post anterior, fuimos a cenar a lo que parecía el típico local de moda al que Carrie, Samantha, Miranda & Charlotte irían en cualquiera de los capítulos de «Sexo en Nueva York». Un chino llamado Mission Chinese Food brutal que podía confundirse con una discoteca por las luces y la música y en el que se comía de lujo.

Para bajar la comida nos tomamos unos cubatillas en Honey´s y a descansar para coger con fuerza el sexto día.

El sexto día ya nos faltaban las fuerzas… así que volvimos a visitar los sitios que más nos habían gustado por Greenpoint y Williamsburg con toda la calma. Cogimos un Uber hasta Greenpoint y comimos MÁS PIZZA. Esta vez en Paulice Gee’s Slice Shop. Podrá parecer algo cutre vista desde fuera, igual hasta lo es, pero no os imagináis la cantidad de gente que había haciendo cola, llevándose cajas y cajas de pizza y repartidores saliendo por la puerta. INCREÍBLE. La pizza estaba terriblemente buena.

Otra vez con la panza llena, fuimos a visitar la EuskalEtxea de Brooklyn, pero la pillamos cerrada. De camino de nuevo al Acai Berry, pasamos por una tienda de vinilos brutal que se llama Captured Tracks Shop. Después por la cafetería parisina Sauvage donde tenía entre ceja y ceja que tenía que hacer una foto en esas mesas del maravilloso libro que había comprado en Strand Book Store.

Lo siguiente fue volver al Jackbar a gastar dólares jugando al pinball y sin saberlo a conocer a Laura. Laura es la Chihuahua de la foto. Creo que la imagen habla por sí sola…

Y de allí pizza de la LBK y a dormir.

Séptimo y último día. Muertas de pena por irnos ya. Con todo el día libre por delante antes de irnos al aeropuerto y con el puente de Brooklyn pendiente. Desayunamos en una cafetería escondida en el hall de un portal de Dumbo llamada Burrow. Comimos como despedida en el Shake Shack y recorrimos el puente como dos niñas flipando con recorrer algo tan guay.

El agotamiento ya era tal que varias horas antes de marchar hacia el aeropuerto las pasamos en el hotel tiradas viendo series en una sala enorme que tienen allí con máquinas expendedoras y mesas tirando de Wifi.

Volvería una y mil veces a Brooklyn. Me encantaría volver a fotografiar perros por la calle. Me flipó la cantidad de perros que había en la calle, en los bares, en los parques… sería un sueño volver para trabajar. Incluso volvería sola, yo, que me cuesta horrores salir de mi zona de confort, cruzaría el mundo para volver a una ciudad que me ha revuelto algo por dentro. No sé lo que tardaré en volver, espero que poco.

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