Han sido muchos los años durante los que he soñado con conocer Oporto. Porque siempre me hablaban maravillas de la ciudad, porque la tengo a una hora de avión o seis de coche, porque siempre me decían que me iba a encantar para hacer fotos. Y efectivamente, así ha sido. En un primer momento quería que fuese el primer destino al que viajar sola, pero sola sola. No volar sola con alguien esperándome en el destino. Viajar sola desde principio a fin.
No ha sido así, conseguí arrastrar a Gorka conmigo y que se cogiese un par de días libres en el curro para poder conocer la ciudad entre semana y así evitar las odiadas masificaciones. Y aunque del martes que llegamos al jueves que nos fuimos la ciudad pasó de blanco a negro, estamos deseando volver.
Organizamos un viaje corto, de dos días, con un vuelo barato y un hotel de cuatro estrellas junto al puente Don Luis I a muy buen precio. Siempre nos empeñamos en hacer viajes largos, irnos una semana cruzando el charco y se nos olvida conocer rincones que tenemos cerca a los que podemos hacer pequeñas escapadas. Este viaje ha sido una especie de declaración de intenciones.
Me encantaría que el pie de cada post fuese otra declaración de intenciones del próximo viaje que tenga en mente, pero esta vez no hay viajes en el horizonte. Tengo pendiente Madrid y Barcelona por trabajo, a las que les tengo muchas ganas, por cierto.